lunes, 26 de junio de 2017

No venimos de....

                                  
                                        RUNAS ARTE NATURALEZA - WordPress.com



 En origen los sustantivos (= nombre de las cosas) no tenían género. De hecho, en la mayoría de las lenguas del mundo no existe el género gramatical. No hay género en inglés, ni en euskera, ni en chino. Lo que sucede es que en las lenguas europeas hay cambios en la flexión final de los sustantivos que se han identificado como dos géneros o incluso tres si contamos el neutro. Pero el género gramatical no tiene nada que ver con el sexo. Se trata de palabras que presentaban distintas terminaciones que, siguiendo el criterio del filólogo Joan Solá Cortassa, hubiéramos podido llamar género A cuando es 'no marcado', y género B cuando está 'marcado' y termina en (-a). (...) Lo habitual ha sido utilizar palabras distintas para indicar sexo distinto. Así tenemos hombre y mujer, caballo y yegua, vaca y buey, etc. El resto de sustantivos no tenían marca de género sencillamente porque las cosas y los conceptos no tienen sexo. Sólo terminaban de modos distintos.

 Podemos clasificar los sustantivos como concretos y abstractos, comunes y propios, contables y no contables. Algunas de estas tipologías se expresarían con determinadas terminaciones. Lo que hemos llamado género indicaría una tipología gramatical. Así tenemos que en muchos casos la terminación en (-a) final indica un conjunto mayor: una huerta es mayor que un huerto; una cuba mayor que un cubo; una cesta mayor que un cesto; la leña está compuesta de leños; un madero es contable y madera más genérico y abstracto; los matemáticos son los hombre y mujeres que se dedican a las matemáticas, mientras que las matemáticas son la ciencia abstracta que estudia los números.

 En realidad lo que observamos es que el sufijo final (-a) está otorgando un sentido genérico con un matiz inclusivo o pluralizador. (...) La idea de agrupar las palabras terminadas en (-a) bajo la etiqueta de marca de género se le ocurrió a Protágoras, un gramático griego. Fue él quien puso las etiquetas de masculino y femenino a las palabras griegas, afirmando que el género no marcado era el masculino, pero ya incluso su contemporáneo Aristófanes se burló de su afirmación. ¡No tenía sentido ni para los propios griegos!.

 La conclusión a la que han llegado investigadores como Silvia Luraghi, profesora de lingüística de la universidad de Pavia, es que las lenguas diferenciaban dos tipologías: una para animado, contable, individual y otra para neutro, genérico y colectivo. No tenían géneros en oposición masculino y femenino, sino que era una clasificación nominal. Por ello, la terminación considerada marca de género no sólo es una generalización muy reciente en el tiempo sino que además procede de un sufijo con sentido colectivo que, en algunas palabras, evolucionó hacia un antiguo determinante.


                                         Fragmento de la charla
   Los romances derivan de una lengua madre de carácter aglutinante 
                                               Carme J. Huertas 
     -II Jornadas de lengua y escritura ibérica. 2015. Salduie-Zaragoza-




                                Cuando el pasado llega hasta tu puerta
                                y pide explicaciones y no puedes
                                echarlo ni atenderlo y es muy tarde
                                y no hay nada que hablar y estás al borde.
                                                          (...)
                                Entonces mira lejos, a otro tiempo
                                sombrío o luminoso qué mas da,
                                y escribe esta canción y sigue vivo.


                           Fragmento de Ars Poetica de Vicente Sabido
                             


jueves, 15 de junio de 2017

Exito


                                         Mi bisabuela y mi abuela.  Madre e hija.
                                                 Extremos que se unifican en la Espiral de la Vida.



                                                  Sue Hubbell. En su camioneta vendiendo miel.



  "Mi abuela era una mujer tímida y de rostro triste, desgastada por las penurias de vivir con un hombre así e intentar apañárselas con la raquítica paga que le pasaba para las cosas de la casa. Nunca se quejaba, casi parecía una santa. Le sobrevivió muchos años, y tras la muerte de él recuperó parte de su ánimo. Hacia el final de su vida, nos reunió a todos los nietos a su alrededor. "Quiero que os acordéis de vuestro abuelo toda la vida", dijo. Asentimos con solemnidad. Nos hizo un gesto para que nos acercásemos. "Quiero que os acordéis de que era un viejo mezquino, sucio y tacaño", dijo con voz firme, y luego su mirada se perdió en la distancia, con una sonrisa de placer dibujada en la cara.
   Mi otra abuela, Annie, era muy distinta, pero tampoco tenía nada que ver con las abejas. Lo que a ella se le daba bien era ganar. Era una mujer educada y majestuosa, a pesar de que caminaba con una ligera cojera, pues se había lesionado la rodilla en una caída durante una carrera ciclista. Todo el mundo decía que durante sus años mozos era un as del ciclismo. Corría la década de 1880, y tomó dinero prestado de un banquero al tres por ciento de interés para ir a la universidad. Al terminar la carrera trabajó de profesora, devolvió el préstamo, participó en carreras ciclistas y, superando con tesón a los participantes masculinos, se proclamó campeona estatal de tenis. Era una mujer competitiva, le encantaban los deportes, y la recuerdo encorvada sobre la radio, gruñéndoles a los Chicago Cubs, fuente continua de decepciones. "Igualito que un puñado de hombres", solía decir.
   Habría resoplado con el debate actual sobre la Enmienda por la Igualdad de Derechos, pues creía que ella y todas las de su sexo eran superiores a los hombres, y que la mera igualdad sería un paso atrás para cualquier mujer.
   La abuela Annie tuvo un matrimonio breve e irrelevante, y sus dos hijas eran producto de la inmaculada concepción. Sólo hubo dos hombres que obtuvieron su aprobación: "Sí", decía con un suspiro, "nos han perseguido a todos: a Douglas MacArthur, a Jesucristo y a mí".
   Nunca descubrí exactamente cómo la habían perseguido, pero la persecución, decía con tono lúgubre, era la causa de su falta de éxito en la vida. Se le había escapado, pero estaba decidida a que no les ocurriera lo mismo a sus nietos. Ninguno de nosotros daba muestras de dotes deportivas, y jamás vendrían a vernos ojeadores de los Cubs, con lo que resultaba difícil saber qué quería para nosotros. Le dimos muchas vueltas. A veces, en lugar de decir que alguien era un ganador, lo definía como una gran persona. Sé que tenía su fe depositada en que mi hermano Bil llegase al metro ochenta, así que yo pensaba que con crecer mucho sería suficiente. En una ocasión llevé a la perra de la familia, un gran danés con la cabeza hueca y la columna vertebral hundida, que la abuela Annie odiaba, a una feria de mascotas. La perra, a pesar de todos sus defectos, recibió un bonito lazo de seda azul con letras doradas por ser la mascota con el rabo más largo. Se lo enseñé a la abuela Annie, y desde entonces todo fueron buenas palabras. Me dio la impresión de que si cualquiera de sus nietos creciese mucho y tuviese una cola del tamaño apropiado, ella estaría orgullosa.
   Sin embargo, a medida que me hice mayor descubrí que el éxito no estaba relacionado sólo con la estatura física. Sus nietos teníamos que lograr becas de fundaciones, un premio Nobel por cabeza y el cargo de delegado de cuarto de primaria. Creo que ella tenía en mente la aclamación, el aprecio y la admiración universal, y un certificado que se pudiese enmarcar.

   Cuando cumplí los tres años, la abuela decidió que de mayor iba a ser pianista de concierto. Mi padre me compró un piano y mi madre me buscó una profesora, una monja católica, la hermana Esther, que daba clases de música en un colegio de monjas. Nuestra familia no era católica y yo no había visto una monja en mi vida. Podía tomarme con filosofía el hábito largo y negro, la cruz colgada de una cadena y las cuentas del rosario, pero no podía evitar quedarme mirando fijamente la toca blanca, rígida y almidonada, que le cubría el cuello y le rodeaba la cara. Le hacía pliegues en las mejillas y en la frente, que yo veía cuando la monja giraba la cabeza. Me daba pena e intentaba ser buena con ella.
   La hermana Esther era un mujer severa y rígida. Una vez me enseñó un figura de porcelana blanca desnuda en una cuna de juguete, con un montoncito de paja al lado. La figura, según me contó, era el niño Jesús, y tenía frío. Si me esforzaba y la clase salía bien, me dejaría poner una brizna de paja en la cuna del niño Jesús para ayudarlo a calentarse. Pero si no, no podría poner la brizna en la cuna, el niño Jesús pillaría un resfriado, ¡y todo por mi culpa!.
   Estaba consternada.
   Como otros muchos niños, había nacido con oído absoluto. Ayudada por ese accidente biológico, determinada a ser buena con una mujer que tenía un vestido extravagante y pliegues en la cara y que sabía lo que era el éxito, pero, sobre todo, horrorizada ante la idea de que el niño Jesús pudiese pillar un resfriado por mi culpa, no tardé en aprenderme las escalas del piano. Pasaron tres clases, y pude darle al niño Jesús una brizna cada día. La hermana Esther le dijo a mi madre que era una niña prodigio. La hermana Esther estaba satisfecha, pues yo era su primera niña prodigio. Llegó incluso a esbozar una sonrisa. La abuela Annie dijo que era natural que su nieta fuese prodigiosa.
   Yo estaba muerta de miedo. Tenía la certeza de que esas escalas habían sido mi límite, y no me equivocaba. Con tan solo tres años y medio había tocado techo musicalmente hablando. A medida que las clases avanzaban, la hermana Esther se fue poniendo cada vez más rara y agitada. Yo era incapaz de entender lo que intentaba decirme sobre la armonía. El niño Jesús no volvió a ver una brizna de paja. Los dedos se me tropezaban cuando intentaba tocar los ejercicios. La hermana Esther manoseaba el rosario. La avergoncé cuando, durante un recital, se me olvidó la pieza que tenía que memorizar. Me dijo que el niño Jesús sufría. Yo estaba cada vez más deprimida.
   Los años pasaban, y seguía tocando el piano al nivel de una niña de tres años precoz, cuando la hermana Esther tuvo un ataque de nervios. Justo antes, sin embargo, admitió, con voz tensa, que quizá se había equivocado conmigo, y que en realidad era una niña retrasada, musicalmente hablando.

   La abuela Annie no tardó en recuperarse, y dijo: "Bueno, a lo mejor la chiquilla sabe bailar. Tiene el cuello muy largo". Siempre decía cosas por el estilo. Yo no entendía qué tenía que ver la longitud de mi cuello con la danza; me sentía como una jirafa, e intentaba rodearme el cuello con las coletas para que la gente no se diera cuenta.
   Mi madre encontró a una bailarina retirada y desaliñada que me enseñó ballet en su propia casa y me convirtió en su pupila. Como era una jovencita larguirucha y torpe, la profesora de ballet me caló en un periquete. Me mandó unos ejercicios sencillos, se sentó en un cómodo sillón con una cubierta de flores e intentó matar las penas de tener que observarme pegando sorbitos, de cuando en cuando, de un bonito frasco que guardaba en el pecho de su maillot. Los sorbos se volvieron cada vez más frecuentes con el paso de los meses hasta que, al final, le dijo a mi madre que era un caso perdido. Luego quitó su anuncio de profesora de ballet y se apuntó a Alcohólicos Anónimos.

   Estaba muy triste por tener ya ocho años y haber causado tanto dolor a los adultos, haber añadido mi granito de arena a la persecución del niño Jesús y no tener éxito (aunque me alegraba de no haberle hecho daño a Douglas MacArthur). En el fondo, y gracias a algo que aprendí en el colegio, sabía que nunca tendría éxito: todas las personas exitosas estaban muertas. Nos hablaron de George Washington: era un hombre sabio, sereno, patriota y honrado. Tuvo éxito. Estaba muerto. Nos hablaron de Alejandro Magno: encontró un nudo que no podía deshacerse (supuse que se trataba de uno de ésos que a veces te encuentras en las cordoneras), y lo cortó de un espadazo. A los niños no les dejaban cortar los nudos de las cordoneras, pero cuando Alejandro lo hizo demostró ser un pensador innovador. Tuvo éxito. Estaba muerto. También nos hablaron de Roberto I de Escocia. Quería ser rey con todas sus fuerzas, pero fracasó varias veces. En una ocasión, el fracaso fue tan estrepitoso que lo capturaron y lo metieron en una mazmorra oscura. Mientras estaba preso, pasó su tiempo observando a una araña que tejía su tela en un rincón de la mazmorra. Una y otra vez intentaba tejer su telaraña justo donde quería, perso seguía fracasando, hasta que al final, con inmenso esfuerzo, lo logró. Aquello animó tanto a Robero I de Escocia que continuó intentando convertirse en rey, mientras seguía en la carcel y también al salir. (...) como había sido un fracaso por partida doble antes de cumplir los nueve años, me interesaba Roberto I de Escocia y pensaba mucho en él. Sin embargo, llegué a la conclusión de que nunca podría ser como él: me daban miedo las arañas, y si estuviese encerrada en una mazmorra con una, no me inspiraría, sino que lloraría. En cualquier caso, Roberto I de Escocia finalmente tuvo éxito. Estaba muerto.


   Elaboré por mi cuenta una teoría sobre las edades del hombre. Decidí que toda la gente exitosa -quienes habían vivido en una Edad de Oro, como si dijéramos- estaba muerta. Los adultos que conocía y que estaban vivos eran superiores a mí, pero no tenían éxito. Claro, sabían jugar al golf e incluso sabían dónde iban los autobuses, pero no estaban a la altura de Roberto I de Escocia. No conocía a un solo adulto que hubiese estado en una mazmorra. Pinky Higgins, jugador de los Chicago Cubs, era un adulto, pero la abuela Annie solía cabrearse con él, así que no parecía tener éxito. En cuanto a los presidentes, la oí echar pestes de Roosevelt, con lo que sabía que el destino de nuestro país estaba en manos de un "pelele".


   Al final me hice mayor, como tiene que ser. Me sentía mejor, aunque nunca llegué a tener éxito. (...) aquí encontré lo que quería."



            UN AÑO EN LOS BOSQUES. Sue Hubbell. Ed errata naturae.




domingo, 11 de junio de 2017

Delicadamente Arrolladora


                                                   Fotos de LACS



 Tú no te ves. Pero yo te veo. Tratas de ser valiente porque crees que yo creo que no lo eres. Pero te veo. Veo la fuerza de tu corazón. La belleza de su vulnerabilidad. No podrías esconderte aunque quisieras. Sigue tu propia estela pues es...delicadamente arrolladora. Si te perdieses, en ella siempre podrás volverte a encontrar. Sé fiel a ti misma aunque el mundo te haga dudar de
tu propia cordura. Es la medicina que aliviará cuando las preguntas "aparentemente" se encuentren a años luz de sus respuestas.

  Devotamente tuya,

  your hysterical mother who loves you and is so proud of you.



                                                           RSB



"Sé paciente con todo aquello que esté sin resolver en tu corazón e intenta amar las preguntas en sí mismas. No busques las respuestas, no se te pueden dar, pues no serías capaz de vivirlas. Y la clave está en vivirlo todo. Vive las preguntas ahora. Quizá, poco a poco, sin percatarte, vivas hasta llegar, un día lejano, a la respuesta".

                                              Carta a un joven poeta. Rainer Maria Rilke.



domingo, 4 de junio de 2017

El Arbol de la Vida


Arbol de la Vida de Marcela Cárdenas.
                                            

 Un partido de fútbol (*), portada de periódicos. Un atentado múltiple, una pequeña reseña en un rincón. El "cambio climático" no es prioritario;
sí la manufacturación, el control del poder y el "crecimiento" económico.
¡Para lo que me queda en el convento, me cago dentro!. Se corta un árbol porque cuesta mucho tiempo y esfuerzo barrer sus hojas. "Pongo tres sombrillas y se acabó el problema". Se denuncian entre sí las "diferentes medicinas" pero solo unas son juzgadas (**) por las instituciones y los micrófonos. La política y la justicia se "atornillan" en el fango mientras los medios de "comunicación" miran desde la grada excitados. ¡A ver si dejas de dar "el coñazo" con tus rarezas, "hija", porque no hay quien te entienda!. ¡Las personas somos lo más importante!. ¿Qué clase de prioridades tienes en la vida?. Me pides ayuda, interrumpes "mi viaje" y perturbas "mi tranquilidad". ¡Qué inconsciencia!.

 Cuando el que sufre y el que alivia ríen juntos. Cuando el que ríe, ríe, 
                                     para olvidar al que sufre (***).


          -Extracto de una vida, al parecer, ridícula y sin mucho sentido-


                                                          RSB



(*) el haber practicado deporte de alta competición durante quince años creo que me da la suficiente fuerza moral para decir que el sacrificio, la gratificación y el aprendizaje que el deporte puede aportar a tu vida solo puede ser percibido y recibido por aquel que lo practica. Negocio, "distracción" y "orgullo patriótico" -aunque sí de equipo, de aquellos que luchaban codo con codo conmigo- no son términos que yo asociaría a mi experiencia en el deporte. 

(**) existe el libre albedrío en la vida de la persona adulta (o supuestamente adulta) -dentro de la limitada libertad que pueda ofrecer cada situación-, existe la experiencia personal -diferente e intransferible- y existen el fracaso, la enfermedad y la muerte como etapas naturales del vivir. Solo como recordatorio. El dolor, la frustración y la sensación de haber experimentado "una injusticia" pueden generar intensos sentimientos de ira y culpabilidad contra uno mismo y contra "el mundo". También como recordatorio. Se puede tratar de aliviar o se puede echar más leña al fuego manipulando la situación en beneficio propio. Quizás los poderes políticos, económicos, religiosos y "el cuarto poder" imperantes en el mundo hasta el día de hoy puedan aportar también su más que dilatada experiencia al respecto. 

(***) el que sufre dentro y el de fuera.

jueves, 1 de junio de 2017

Mujer Espejo


                                   "Respirar-Mujer Espejo", 2006. Performance Kimsooja.
                                                      Palacio de Cristal. Madrid. Fotografía de Jaeho Chong.
                                             https://youtu.be/MenXnmlSjPg



                       Naturaleza y Dios; ni a la Una ni al Otro conocía,
                       y sin embargo ambos tan bien me conocían
                       que se estremecieron, como ejecutores de Mi identidad.

                                                                               Emily Dickinson




 Se describe a veces la práctica espiritual como caminar siguiendo las huellas de otro: Jesús es el camino, la verdad y la vida; la vida del bodhisattva es el modelo del camino. Pero en la odisea del Alma, o en su laberinto, lo que se siente es que es un camino inexplorado. Un camino que jamás nadie ha recorrido.

 La senda del Alma no permitirá sin desafortunadas consecuencias el ocultamiento de la sombra. (...) La vida espiritual no avanza verdaderamente si estamos separados del Alma o de la intimidad de ésta con la vida.

         "El desafio es el hombre entero, que entra en la pugna con toda 
   su realidad. Sólo entonces puede llegar a estar entero, y sólo entonces 
   puede nacer Dios"- Jung. 


                            En la espiritualidad del puer hay karma.


                                              THOMAS MOORE

  (*) Puer - Joven / Infante.


 "El Hombre Transparente, a quien se ve y a través de quien se ve, el loco, a quien no le queda nada que esconder, se ha vuelto transparente gracias a la aceptación de sí mismo; su alma es amada, totalmente revelada, totalmente existencial; él es sólo lo que es, liberado de ocultamientos paranoides, del conocimiento de sus secretos y de su conocimiento secreto; su transparencia es un prisma para el mundo y lo que no es mundo. Porque conocerte reflexivamente a ti mismo es imposible; sólo hay verdad en la última reflexión de una nota necrológica y en Aquel que conoce nuestro verdadero nombre."


                                                 JAMES HILLMAN