lunes, 1 de julio de 2019

Acogerse a Sagrado


                                                       Joven-Vieja



 Tiene el pelo largo y teñido de rosa y le gusta ponerse diademas con flores y mariposas. A veces me persigue por la residencia contándome sus dolores para que la dé "alguna pastillita de esas". Me enseñaron a no cuestionar cuando alguien te dice "tengo dolor". Me dicen que lo hace porque soy
"la nueva" y todavía no me conozco "las manías" de cada uno de los residentes para llamar mi atención. Me cuesta decir residentes y no pacientes. ¿Será que en el hospital lo que se pide es que desarrolles la paciencia y en las residencias que aprendas a considerarlas tu casa?. El caso es que me resisto
a no escucharla porque, digo yo que, aunque no haya dolor físico,
cuando alguien te solicita es que algo necesita. Puede que tú tengas algo
que pueda aportarle alivio o...quizás...lo tenga ella para ti.
 Emilia y yo nos miramos el primer día y...nos sonreímos. No puedo negar que su pelo rosa y su aspecto de pequeña hada del bosque me llamó poderosamente la atención. En ciertos momentos uno aprende a localizar rápidamente a las personas o los espacio-tiempo que podrían significar "casa" para ti. Es como cuando la gente recurría a las Iglesias buscando "Acogerse a Sagrado". Hasta que no te encuentras perdido o en estado de inanición
no aprendes a recurrir a ello. Porque en todos los lugares que transitan
nuestro Cuerpo, por muy extraños o extranjeros que te parezcan,
siempre encuentras algo de ti, entrelazado en ellos.

  Ayer vino su hijo, el que vive y trabaja en "el extranjero". Fueron a comer y
al regresar la descubrí radiante. Me detalló todos los pormenores del encuentro. "Estoy agotada pero feliz", me dijo con su sonrisita. No se acordó de pedirme "la pastillita esa". La acompañé a su habitación. Nunca antes había traspasado la puerta. Me encontré rodeada de muñecos. Muñecos en su cama, muñecos en las estanterías, muñecos en la cama de su compañera. Parecía la sección de juguetes de un gran almacén. Viendo mi cara de sorpresa rió y
me explicó,
"de niña nunca tuve muñecos. Fuí niña en la guerra. Mis padres se quedaron
sin nada y yo, siendo consciente de nuestra necesidad, le pedía a los Reyes Magos que me trajesen un muñeco por Navidad. Un día mi madre recogió
un muñeco de la basura; lo limpió, lo arregló y me lo regaló. Todos los años
hacía como que se perdía y me volvía a regalar el mismo muñeco con un traje nuevo que ella cosía. Así que cuando tuve oportunidad comencé a regalarme muñecos hasta hoy. Me siento acompañada por ellos". Me dejó sin palabras.
Le dí un beso de buenas noches y me fuí a "casa" con su sonrisa, su madre y con sus "muñecos de Navidad".



                                                           RSB