lunes, 24 de julio de 2023

Mente Lúcida - Sueños Lúcidos


 Imagen de la película "Más allá de los Sueños"


 "El tema de los sueños interesa a mucha gente. Como las almas, los sueños tienen millones de años. Todo el mundo tiene sueños, diferentes tipos de sueños. Algunos no tienen ningún mensaje. Ciertos sueños tienen relación con recuerdos del pasado. Hay sueños que indican algo que puede suceder en el futuro. Si en nuestra vida soñamos la misma cosa una o dos veces, no tenemos que preocuparnos. Si hay sueños que se van repitiendo cada semana, cada mes, es una señal de que, tarde o temprano, vamos a experimentar algo relacionado con lo que se expresa en ese sueño. El sueño nos está avisando.

 También hay otros sueños, llamados en Occidente pesadillas, de los cuales muchas personas se despiertan bruscamente y asustadas. Los sueños dependen del estado mental de cada uno, de cómo ha sido nuestra fuerza mental en el día a día, en nuestra vida, de cómo ha sido, sobre todo, la fuerza de los pensamientos, de nuestras palabras y acciones. Todo esto influye en el tipo de sueños que tendremos. En el budismo se habla mucho de los sueños. También de los sueños lúcidos, que precisan un trabajo para conseguir tenerlos y para interpretarlos. Hay pocas personas capacitadas para ello.

 (...) Todo está vinculado con nuestro continuum mental, con nuestra actitud y motivaciones. El budismo nos enseña que es muy bueno comenzar el día dando las gracias por estar vivo un día más. Y recordar que el propósito de la vida es hacer el bien, desarrollar nuestras potencialidades y nuestro corazón; por lo menos no hacer daño a nadie, no engañar. (...) Antiguamente, los grandes maestros del Tíbet trataban estos temas relativos a los sueños. Aún hay maestros, pero ahora no se refieren tanto a ello. Nuestras prácticas son muy individuales. No se quieren exhibir los conocimientos. Además, los maestros no tienen títulos y no ponen, como en Occidente, los títulos y diplomas clavados en las paredes. Lo esencial es el desarrollo interior. Aunque las prácticas no se muestran mucho hacia fuera, cuando los maestros ven que alguien está muy preparado para recibir enseñanzas, entonces ellos poco a poco le enseñarán a esa persona. Las enseñanzas más profundas no se muestran abiertamente en concentraciones de miles de personas. Hay prácticas muy delicadas.

 (...) Si cada día hacemos cosas correctas, los sueños serán más claros, más puros y más lúcidos. Si complicamos nuestra vida, nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones pensando mal de los demás, criticando constantemente, sintiendo envidia, mintiendo...nuestros sueños lo reflejarán y nos harán perder nuestra calma mental. Nada es automático. Todo depende de nuestras acciones de cada día. (...) Complicarse la vida está en manos de nuestra mente. Gracias a las potencialidades de la mente, existe la posibilidad de no tener una vida complicada. Es algo tan sencillo y a la vez tan difícil a causa de la complejidad de la sociedad, de la educación que hemos recibido, de las condiciones en el mundo en que vivimos. En los sistemas educativos se olvidan muchos valores esenciales comprendidos en culturas y religiones diversas: en el judaísmo, en el cristianismo, en el hinduismo, en el islam, en las antiguas civilizaciones egipcia y persa, en la Grecia clásica. Algunas de ellas tienen muchos puntos en común.

 (...) Los sueños lúcidos tienen que venir a través de la mente lúcida. Si nuestra mente no está lúcida, si está llena de pensamientos perturbadores, entonces el sueño también será perturbador. No será un sueño claro y tampoco será claro el mensaje. Si alguien quiere tener sueños lúcidos, primero tiene que intentar limpiar su mente, sus conceptos, sus formas erróneas de pensamiento. Si hacemos este trabajo, los sueños cambiarán, cada vez serán más claros, cada vez más contundentes. Y, uno mismo, mientras duerme, cuando esté soñando, podrá reconocer que está soñando, podrá ser consciente de ello. Es algo muy bonito. Aunque el sueño sea muy positivo, nuestro ego no subirá y nuestro apego no aumentará porque seremos conscientes de que estamos soñando. Y, si el sueño no es positivo, tampoco tendremos miedo ni aversión porque sabremos que estamos soñando."


               Fragmento del prólogo de THUBTEN WANOCHEN del libro

 SUEÑOS LUCIDOS. De las tradiciones contemplativas a la evidencia científica

                                        JAVIER GARCIA CAMPAYO

                                                        Ed. Kairós


lunes, 10 de julio de 2023

Phôlarchos - Iatromantis (2)

 

                                              Grifo. Fresco en Palacio de Knossos


 "En Elea, los hombres llamados phôlarchos estaban relacionados con Apolo (...) dios del sol. 

 Es perfectamente comprensible, ya que Apolo no solo era el dios de la curación: era también dios de la incubación. 

 (...) Con frecuencia, estos centros eran santuarios de Asclepio o de los héroes. Los héroes, por lo general, eran considerados hijos de Apolo, y ése era el caso de Asclepio. Sabía curar gracias a su padre, y la mayoría de sus centros de incubación habían sido en otro momento centros de adoración a Apolo. Incluso después de que Asclepio se convirtiera en el dios griego más famoso relacionado con la incubación, siguió compartiendo con Apolo sus santuarios.

 (...) Y así es, más o menos, como fueron las cosas hasta el final del mundo antiguo. Cuando los magos de los siglos posteriores a Cristo quisieron experimentar las revelaciones o recibir conocimientos a través de los sueños, Apolo fue el dios invocado a través de la incubación en la oscuridad de la noche.

 (...) Estas tradiciones vinculaban a Apolo con la incubación, las cavernas y los lugares oscuros; no tienen nada que ver con el Apolo al que estamos acostumbrados.

 Actualmente, se considera que Apolo es la encarnación divina de la razón y la racionalidad, como si un dios pudiera ser razonable en el sentido que le damos a la palabra. (...) se lo ha descrito como el más griego de todos los dioses; una imagen perfecta del espíritu griego clásico, todo claridad y luminosidad. Pero no era nada claro. Por encima de todo, era el dios de los oráculos y la profecía, llenos de ambigüedades y trampas. Precisamente, quienes creían que todo era claro y luminoso terminaban confusos.

 (...) Y desde el principio, Apolo estuvo relacionado no sólo con la noche sino también con las cavernas y lugares oscuros, con los infiernos y la muerte. Por este motivo, en la ciudad anatolia de Hierápolis, el templo de Apolo estaba situado encima de la caverna que llevaba a los infiernos. Y por este motivo, en otros famosos centros de oráculos de Anatolia sus templos también estaban construidos de la misma manera: sobre una caverna en la que entraban su sacerdote y los iniciados en lo más oscuro de la noche.

 Cuando la gente intentó convertir a Apolo en algo razonable, filosóficamente aceptable, se limitó a mirar la superficie y pasar por alto lo que estaba debajo. Fue también en Anatolia donde llegó a asociarse a Apolo con el sol.

 En realidad, sus vínculos con el sol se remontan a un pasado lejano. Pero las declaraciones formales de los griegos identificando el sol con Apolo empezaron a aparecer en determinada época, que coincidió con la vida de Parménides. Y lo importante de estas declaraciones es el modo en que indican que la identificación era esotérica, un asunto sólo para iniciados, para la gente familiarizada con "los nombres que no se pronuncian de los dioses".

 Ahora es muy fácil dar por hecho que Apolo y el sol están relacionados con el brillo y la luz. Pero eso supone olvidar el sitio donde el sol se encuentra en su terreno: en la oscuridad del inframundo. Y supone también pasar por alto lo que dicen, en realidad, estas afirmaciones sobre el sol y Apolo. Una de ellas resulta ser, en la literatura clásica, la referencia más antigua al descenso de Orfeo al inframundo. Explica el modo en que Orfeo llegó a ser tan devoto de Apolo. (...) este relato dice que sólo después de viajar al mundo de los muertos y "porque vio las cosas que allí hay que ver tal como son", comprendió por qué el sol es el mayor de todos los dioses y es idéntico a Apolo. El relato sigue contando que acostumbraba a levantarse de noche y subir a una montaña para poder ver a su dios al amanecer.

 (...) Según un poema órfico, Apolo y Perséfone se acostaron juntos, hicieron el amor. La tradición encaja en todos los sentidos. Porque casi nunca se señala que los poderes sanadores de Apolo y su hijo Asclepio los llevaron a una íntima relación con la muerte. Curar es conocer los límites de la curación y también lo que está más allá. En último termino, no puede haber sanación auténtica sin la capacidad de hacer frente a la muerte misma. Apolo es un dios de la sanación, pero también es letal. La reina de los muertos es la encarnación de la muerte; y, sin embargo, se decía que el toque de su mano curaba. En su calidad de opuestos, intercambiaron los papeles, uno con otro y consigo mismos.

 (...) Durante largo tiempo -y mucho antes de que se hallaran los restos de Elea-, los historiadores se habían dado cuenta de que el relato del viaje mítico de Parménides lo relaciona con la incubación y con los expertos en ésta; con las personas que justificaban sus enseñanzas en los viajes que hacían al otro mundo, que consideraban que formaba parte de su trabajo traer de vuelta lo que encontraban y describir lo que aprendían. (...) damos por hecho que las ideas que han modelado la cultura occidental son sólo ideas, que no importa su procedencia. No podemos tomar en consideración otros estados de conciencia y, por encima de todo, no tenemos tiempo para nada relacionado con la muerte. Y, sin embargo, por mucho que se explique el viaje de Parménides, por mucho que tomemos las partes que nos interesan y pasemos por alto el resto, no podremos ocultar sus vínculos con aquellas gentes.

 Podemos llamarlos magos si queremos, porque eso es exactamente lo que eran, si no fuera porque en aquellos tiempos no había ninguna diferencia entre la magia y el misticismo. Los griegos no siempre sabían cómo llamar a esas personas que poseían una sabiduría misteriosa y que nunca eran exactamente lo que parecían, que podían pasar por muertos cuando estaban todavía vivos.

 Pero había un nombre concreto que les encajaba perfectamente. Ese nombre era iatromantis.


                            EN LOS OSCUROS LUGARES DEL SABER

                                                    Peter Kingsley

                                                  Ed. Atalanta


Phôlarchos - Iatromantis (1)

 


" En toda la historia de la lengua griega, desde los primeros tiempos al habla actual, phôleos siempre tiene el mismo significado básico: es un lugar en el que se refugian los animales, donde se quedan agazapados, quietos, casi sin respirar. Allí duermen, permanecen en un estado similar al sueño o hibernan. Por esto motivo, las expresiones como "estar en una guarida" o "yacer en una guarida" -phôleia y phôleuein eran las palabras en griego antiguo- llegaron a significar "encontrarse en un estado de muerte aparente".

 (...) Así pues, los hombres llamados phôlarchos que aparecen mencionados en esas inscripciones de Elea estaban encargados de la guarida, de un lugar de muerte aparente. Eso no tiene mucho sentido, ni siquiera parece que merezca la pena intentar dárselo; pero sí lo tiene. Y no hace falta mirar muy lejos para ver qué quiere decir. La respuesta está en las inscripciones mismas.

 Estos hombres llamados phôlarchos eran sanadores, y la curación, en el mundo clásico, tenía mucho que ver con los estados de muerte aparente. Todo estaba ligado con una palabra de toscas resonancias: incubación

 Incubar es, simplemente, yacer en un lugar. Pero la palabra tenía un significado muy especial. Antes de que se creara lo que ahora se conoce como medicina "racional" en Occidente, la curación estaba siempre relacionada con lo divino. Si la gente estaba enferma, era normal ir a los santuarios de los dioses o de los grandes seres que antes habían sido humanos pero ahora eran algo más: los héroes. Y acostarse allí.

 La gente se acostaba en un recinto cerrado, que muchas veces era una caverna. Y se quedaba dormida y soñaba o bien entraba en un estado que, según las descripciones, no era un sueño ni vigilia, hasta que terminaba por tener una visión: algunas veces la visión o el sueño los enfrentaba con el dios, la diosa o el héroe, y así se producía la curación.

 (...) Lo importante era no hacer nada. El momento culminante se producía cuando el enfermo no se debatía ni hacía ningún esfuerzo, sólo tenía que rendirse a su condición. Se acostaba como si estuviera muerto: aguardaba sin comer ni moverse, algunas veces durante varios días seguidos. Y se aguardaba a que la curación llegara de otro lugar, de otro nivel de conciencia y de existencia.

 Pero esto no quiere decir que se dejara solo al enfermo, ya que había personas encargadas del lugar, sacerdotes que comprendían el funcionamiento del proceso y sabían supervisarlo, que sabían cómo ayudar al yaciente a comprender lo que necesitaba saber sin que ello interfiriera en el proceso mismo.

 Todavía tenemos sacerdotes, pero ahora pertenecen a una religión distinta. Bajo la superficie de la retórica y la persuasión, no hay gran diferencia entre la ciencia moderna y la antigua magia. Pero como ya no sabemos cómo encontrar el acceso a lo que está más allá de nuestra conciencia diurna, tenemos que tomar anestésicos y drogas. Y como ya no comprendemos a los poderes que nos superan, se nos niega el significado de nuestro sufrimiento. De esta manera, sufrimos como cargas, morimos como estadísticas.

 Las semejanzas entre yacer en una guarida como un animal y yacer en un santuario para incubar son obvias y no hace falta especular si los griegos las percibían: sabemos que sí.

 Hace dos mil años, un hombre llamado Estrabón escribió un párrafo describiendo el paisaje de la Anatolia occidental. Hablaba de una zona situada al sur de Focea, en una región llamada Caria, donde él había vivido y estudiado.

 Y en el párrafo describe una famosa caverna de la zona conocida con el nombre de caronium o entrada al inframundo. Junto a ella había un templo dedicado a los dioses del inframundo: a Plutón -uno de los nombres de Hades- y a su mujer Perséfone, a la que con frecuencia se aludía como "la doncella". En griego era costumbre no mencionar por su nombre a las divinidades de los infiernos.

 Y allí, no lejos de la ciudad de Acaraca, se encuentra el "plutonium", la entrada a los infiernos. Hay allí un lugar sagrado, muy bien preparado, y un templo a Plutón y a la Doncella. Y el "caronium" es una caverna situada justo encima del lugar. Dicen que la gente que enferma y está dispuesta a someterse a los métodos de sanación que ofrecen estas dos divinidades va allí y vive durante un tiempo en el pueblo junto con los más experimentados sacerdotes. Y estos sacerdotes se acuestan y duermen en la cueva para el bien de los enfermos, y luego les prescriben tratamientos basados en los sueños que reciben. Estos mismos hombres son los que invocan el poder sanador de los dioses. 

 Pero con frecuencia conducen a los enfermos mismos a la cueva, los colocan y los dejan allí en total quietud (hêsychia), sin comida durante varios días, como si fueran animales en su guarida (phôleos). Y algunas veces quienes están enfermos tienen sus propios sueños, sueños que se toman muy en serio. Y, sin embargo, todavía entonces confían en que los otros, como sacerdotes, desempeñen el papel de guías y consejeros y los introduzcan en los misterios. Para cualquier otra persona el lugar es un territorio prohibido y mortal"


                           EN LOS OSCUROS LUGARES DEL SABER

                                                    Peter Kingsley

                                                  Ed. Atalanta


viernes, 7 de julio de 2023

Parménides / Perséfone / La Cultura Occidental (3)

                                     Proserpina (Perséfone) de Dante Gabriel Rossetti


 "Las descripciones más antiguas de Parménides son extrañas. Son como lápidas en su tumba.

 (...) Platón escribió un diálogo sobre él. Se titula Parménides. Lo presenta en Atenas como un hombre muy viejo y canoso que discute sobre asuntos filosóficos en presencia de un hombre muy joven: Sócrates, maestro de Platón. 

 (...) Si se quieren tomar en serio las insinuaciones del diálogo de Platón sobre la edad, la fecha y la época, podríamos concluir que Parménides probablemente nació hacia el año 520 o 515 a. de J.C. Y, sin embargo, surge un problema. Parménides es, de manera deliberada, una obra de ficción. Sitúa a Parménides debatiendo teorías platónicas abstractas de una manera que nunca habría podido o querido discutir: lo que describe Platón no sucedió nunca. Sitúa al sucesor de Parménides, Zenón, en el debate sólo para minarlo y empequeñecerlo. Lo representa denigrando sus propios escritos delante de todo el mundo; muestra a Parménides distanciándose fríamente de él. 

 (...) Desde el comienzo al final, la composición del Parménides está hábilmente diseñada con un solo objetivo: presentar a Sócrates y a Platón -pero no a Zenón ni a ningún otro- como herederos legítimos de las enseñanzas de Parménides.

 No es ninguna sorpresa. Era un principio bien reconocido en el círculo de Platón: adapta el pasado a tus propósitos, pon ideas tuyas en boca de figuras famosas de la historia, no te preocupes por los detalles históricos. Y el propio Platón no tenía escrúpulos en inventar las ficciones más elaboradas, recrear la historia, alterar la edad de la gente y cambiar las fechas.

 Lo más sorprendente es hasta qué punto se ha convertido en normal tomarlo en serio cuando no procede y, en cambio, no tomarlo en serio cuando corresponde.

 (...) ¿A quién o qué mató Platón?. Eso es lo que empezaremos a descubrir en este libro. Si vemos lo que era Parménides vemos por qué Platón tuvo que matarlo. Porque si no hubiera hecho lo que hizo, el Occidente que conocemos nunca habría existido.

 Platón tenía que cometer parricidio, quitar de en medio a Parménides. Y el asesinato fue tan completo que ni siquiera ahora sabemos qué pasó ni qué se mató.

 El único indicio de lo sucedido nos llega cuando advertimos que falta algún dato. No es posible pasar por alto lo que representaba Parménides, siempre vuelve de un modo u otro. Podemos estar sin él un tiempo, pero sólo un tiempo breve.

 Parménides escribió un poema.

 Sería fácil imaginar al padre de la filosofía haciendo todo tipo de cosas, pero se limitó a escribir un poema. Lo escribió en la métrica de los grandes poemas épicos del pasado, una poesía creada bajo la inspiración divina, que revelaba lo que los seres humanos, por sí mismos, jamás podrán ver (...).

 Y lo escribió en tres partes. La primera parte describe su viaje rumbo a la diosa que no tiene nombre. La segunda describe lo que ésta le enseñó sobre la realidad. Y la última parte empieza con las palabras de la diosa "Ahora voy a engañarte", y pasa a describir con detalle el mundo en el que creemos vivir.

 Todos los personajes que Parménides encuentra en su poema son mujeres o niñas. Incluso los animales son hembras, y recibe lecciones de una diosa. El universo que describe es femenino; y si este poema de un varón representa el punto de partida de la lógica occidental, algo muy raro le ha sucedido a la lógica para que haya terminado tal como está ahora.

 El viaje que describe es mítico, un viaje a lo divino con ayuda de lo divino. No es un viaje como otro cualquiera. Pero que sea mítico no quiere decir que no sea real. Al contrario, cualquiera que haga el viaje descubre que los viajes a los que estamos acostumbrados son los irreales, porque nuestra conciencia nunca se desplaza, nunca cambia. Cuando andamos calle abajo, en realidad no vamos a ningún lado. Podemos viajar por todo el mundo sin ir a ninguna parte. Nunca vamos a ninguna parte; si creemos lo contrario es porque estamos atrapados en la red de las apariencias, en la red de nuestros sentidos.

 Durante siglos, la gente se ha esforzado en dar sentido al viaje que describe Parménides. La mayoría de las veces se explica como un recurso literario, una estrategia poética que empleó para dar mayor autoridad a sus ideas. Se dice que los personajes divinos sólo son símbolos de su capacidad de razonamiento -era, al fin y al cabo, un filósofo- y el viaje mismo es una alegoría de su batalla para salir de la oscuridad y llegar a la luz, de la ignorancia a la iluminación intelectual.

 Pero no es necesario esforzarse de esta manera. Es agotador tener que explicar que una cosa significa otra distinta, y durante mucho tiempo nos hemos agotado intentando eludir lo que tenemos delante. Platón tenía buenas razones para matarlo hace dos mil años; pero no tiene sentido seguir matándolo ahora.

 Y el hecho es que Parménides nunca se describe a sí mismo saliendo de la oscuridad camino de la luz. Si se sigue lo que dice, se ve que iba justo en dirección contraria.

 A lo largo de toda la antigüedad, los más destacados intérpretes -de oráculos, de los auspicios de la existencia, de cómo cantaban y volaban los pájaros- sabían que la mayor parte de la interpretación consistía no en interferir sino en mirar, escuchar y permitir que las cosas observadas revelaran su significado.

 (...) Así pues, Parménides viaja a los infiernos, a las regiones del Hades y del Tártaro, allí de donde no regresa casi nadie. Y en cuanto empieza a entenderse esto, todos los detalles encajan en su sitio. Parménides viajaba en dirección a su propia muerte de manera consciente y voluntaria.

 (...) Lo primero que hace la diosa después de que Parménides llegue es tranquilizarlo y decirle que aquello que lo ha llevado hasta ella "no ha sido el hado funesto". Estas palabras, "hado funesto", tenían un sentido muy específico en griego clásico. Era una expresión habitual para referirse a la muerte.

 Esta frase tranquilizadora no tendría sentido a menos que hubiera buenos motivos para suponer que lo llevaba la muerte hasta ella. La diosa dice, sin decirlo claramente, que uno sólo llega a donde él ha llegado si está muerto. 

 Así pues, eso es lo que Parménides ha hecho: ha recorrido la vía de la muerte mientras todavía está vivo, ha ido hasta donde van los muertos sin morirse. Para cualquier otro, el lugar al que ha llegado sería mortal.

 Hay sólo un fragmento en la literatura griega que se acerca a la descripción de Parménides de esta bienvenida. Es un pasaje que describe el recibimiento que aguarda al gran héroe Heracles cuando regresa vivo del inframundo: la reina de los muertos lo saluda tan calurosamente como si fuera su hermano. En época de Parménides se entendía que la fuerza bruta y el valor no bastaban  para llevar a un héroe hasta el mundo de los muertos. Tenía que saber lo que hacía, adónde iba; dónde estaba en relación con los dioses. Tenía que haber sido iniciado en los misterios del inframundo.

 Lo mismo sucede con Parménides. Justo al principio de su poema dice que es "un hombre que sabe". Hace ya tiempo que los estudiosos se han dado cuenta de que en griego clásico era una manera habitual de referirse a los iniciados, a los que saben cosas que otros ignoran y, por ese motivo, saben que pueden ir allí donde otros no querrían ir."


                             EN LOS OSCUROS LUGARES DEL SABER

                                                    Peter Kingsley

                                                  Ed. Atalanta


Parménides / Perséfone / La Cultura Occidental (2)

                                                      Santuario de Delfos

"Hay un hombre que influyó en el mundo occidental como ningún otro. Yace enterrado bajo nuestros pensamientos, bajo todas nuestras ideas y teorías. Y el mundo al que perteneció también está allí enterrado: un mundo femenino de increíble belleza, profundidad, poder y sabiduría, un mundo tan cercano a nosotros que hemos olvidado dónde encontrarlo.

 Algunos especialistas lo conocen como "el problema central" para dar sentido a lo que le sucedió a la filosofía antes de Platón. Y no es posible entender la historia de la filosofía o de la sabiduría en Occidente sin comprenderlo. Se encuentra en el centro neurálgico de nuestra cultura.

 Se dice que creó la idea de la metafísica. Se dice que inventó la lógica: la base de nuestro razonamiento, el fundamento de todas las disciplinas que han surgido en Occidente.

 Su influencia sobre Platón fue inmensa. Según un dicho conocido, toda la historia de la filosofía occidental es sólo una serie de notas a pie de página a la filosofía de Platón. Del mismo modo, la filosofía de Platón, en su forma madura, podría decirse que es una serie de notas a pie de página a este hombre.

 Y, sin embargo, se afirma que no sabemos casi nada de él. Resulta poco sorprendente. Platón y su discípulo Aristóteles se han convertido en los grandes nombres, los héroes intelectuales de nuestra cultura. Pero una de las desventajas de crear héroes es que, cuanto más los elevamos, más larga es la sombra que proyectan; y más es lo que pueden ocultar y llevar a la oscuridad.

 En realidad, sabemos mucho sobre él, pero sin que seamos, todavía, conscientes de ese hecho.

 La vida es amable. Nos da lo que necesitamos precisamente cuando más lo necesitamos. No hace mucho se descubrieron cosas extraordinarias sobre él; hallazgos más sorprendentes que la mayoría de las obras de ficción. Pero los eruditos siguen negándose a entender esa evidencia o su relevancia, aunque los descubrimientos sólo confirman lo que tendría que haber estado claro durante miles de años a partir de los indicios que, desde hace tanto tiempo, hemos tenido a nuestra disposición.

 El problema es que estas pruebas nos obligan a empezar a entendernos -a nosotros y a nuestro pasado- de un modo muy distinto. Lo más fácil ha sido el silencio y la ocultación. Pero hay cosas que sólo pueden silenciarse durante un tiempo.

(...) Casi todo lo que se tenía por cierto y seguro sobre la primera filosofía occidental es incierto y lo será  cada vez más a medida que pasen los años. Pero en mitad de todas estas incertidumbres, hay una cosa segura: la existencia de ese hombre cuya importancia fundamental en la formación de la historia de las ideas occidentales está fuera de toda duda.

 A través de él comprenderemos lo que sucedió en realidad en nuestro pasado. Si lo entendemos, nos encontraremos en situación de empezar a entender muchas otras cosas.

 Se llamaba Parménides y era de Elea."


                            EN LOS OSCUROS LUGARES DEL SABER

                                                    Peter Kingsley

                                                  Ed. Atalanta


Parménides / Perséfone / La Cultura Occidental (1)

                                     "Priestess of Delphi" de John Collier


 "Si tienes suerte, en algún momento de tu existencia te encontrarás en un callejón sin ninguna salida.

 O, para decirlo de otra manera: si tienes suerte, llegarás a una encrucijada y verás que el camino de la izquierda lleva al infierno, que el camino de la derecha lleva al infierno, que la carretera que tienes delante lleva al infierno y que, si intentas dar la vuelta, terminarás en un completo infierno.

 Todos los caminos te llevan al infierno y no hay escapatoria, no tienes alternativa. Nada puede ya satisfacerte. En ese momento, si estás preparado, empezarás a descubrir dentro de ti lo que siempre has deseado pero nunca has podido encontrar.

 ¿Y que pasa si no tienes suerte?

 Si no tienes suerte, solo alcanzarás ese punto cuando mueras. Y no será un buen panorama, porque seguirás deseando lo que ya no podrás tener. Somos seres humanos, dotados de una increíble dignidad; pero no hay nada menos digno que olvidar nuestra grandeza y aferrarnos a un clavo ardiendo.

 Esta vida de los sentidos no puede satisfacernos, aunque el mundo entero nos diga lo contrario. Su propósito nunca fue satisfacernos. La verdad es sencilla, de una hermosa sencillez: si queremos crecer, convertirnos en verdaderos hombres y mujeres, tenemos que enfrentarnos a la muerte antes de morir. Tenemos que descubrir lo que es para poder escabullirnos entre bastidores y desaparecer.

 Nuestra cultura occidental nos lo impide cuidadosamente. Medra y prospera, convenciéndonos de que valoremos todo aquello que carece de importancia. Por este motivo, en los últimos cien años, tanta gente se ha alejado de ella, ha pasado a interesarse por Oriente, por cualquier otro lugar, en busca de algún tipo de alimento espiritual y probar otra cosa. Primero fueron las grandes religiones del Este; ahora se trata de pequeñas tribus y de las culturas ocultas.

 Pero pertenecemos a Occidente. Cuantas más cosas encontremos en Oriente o en otro lugar, más nos fragmentamos en nuestro interior, más vagabundos somos en nuestra propia tierra. Nos convertimos en nómadas, en individuos errantes. Las soluciones que hallamos no son respuestas fundamentales y sólo crean más problemas.

 Y, sin embargo, nunca se nos ha dicho una cosa. Incluso en estos tiempos modernos, aquello que con desgana se describe como percepción mística siempre se relega a la periferia. Cuando no se niega, se mantiene a cierta distancia, en los márgenes de la sociedad. Pero lo que no se nos ha dicho es que en las mismas ráices de la civilización occidental reside una tradición espiritual.

(...) Ahora es importante establecer contacto de nuevo con esa tradición, no sólo en nuestro beneficio, sino también en provecho de algo mayor. Es importante porque no hay otro modo de seguir avanzando. Y no tenemos que mirar hacia fuera, no es necesario que nos volvamos hacia una cultura distinta del mundo en que vivimos. Todo lo que necesitamos está dentro de nosotros, en lo más hondo de nuestras raíces, esperando que alguien llegue hasta allí.

 Y, sin embargo, hay que pagar un precio para entrar en contacto con esta tradición. Siempre hay que pagar un precio y, precisamente porque nadie ha querido pagarlo, las cosas están como están.

 El precio no ha cambiado: somos nosotros, nuestra voluntad de ser transformados. Sólo sirve eso, no puede ser menos.

 No podemos apartarnos y mirar. No podemos distanciarnos porque precisamente nosotros somos el ingrediente que falta. Sin nosotros, las palabras sólo son palabras. Y esta tradición no existió para edificar o entretener, ni siquiera para inspirar; existió para devolver a los hombres a sus raíces."


                          EN LOS OSCUROS LUGARES DEL SABER

                                                  Peter Kingsley

                                                Ed. Atalanta