"Desde el día en que mi padre me pidió que lo ayudara a morir todo cambió para mí. Sin tener plena consciencia de ello, porque es imposible imaginar lo inimaginable, me adentré en un universo que me alejaba del plano de los vivos al normalizar el hecho de morir. Destinaba las horas en familiarizarme con conceptos que nunca había manejado y todos me llevaban a despojarme de cualquier miedo a la muerte. Mi padre no lo tenía. Era asombrosa la naturalidad con la que internalicé ese deseo que, por sus circunstancias, para él simplemente era un derecho incontestable. Siempre fue un agnóstico convencido sin apego a la espiritualidad, pero, sin proponérselo, encaraba la muerte tal y como el budismo la aborda. En una serie publicada en 2020 en The New York Times sobre las religiones y la percepción de la muerte, un monje budista tibetano, Geshe Dadul Namgyal, despejaba la aversión a este tema al exponer que se trata de aceptar la muerte como parte del regalo de la vida y para ello debemos de aprender a celebrarla por su belleza efímera, lo que deriva en un estado de paz interior que acaba por reconocer la inevitabilidad de la muerte. En los preceptos de Buda, explicaba en la entrevista, la meditación sobre la muerte era considerada la meditación suprema.
A lo largo de su vida mi padre meditó mucho sobre la muerte. Recuerdo que cuando hablábamos en la casa sobre la posible existencia de un ser superior y un cierto orden divino, él solía quitarle importancia al hecho mismo de existir afirmando, "vivir no es nada más que un proceso de oxidación". Aquejado por la enfermedad, su familiaridad con algo que la mayor parte de los mortales rechaza me acercaba a su propio estado. El habitaba en el "contexto eutanásico" y yo era su huésped. No me embargaban pensamientos oscuros ni suicidas, pero había hallado la grieta que conecta con la pradera donde aguardan los que están listos para no mirar atrás. Porque si hubiera que describir su paisaje interior, era el de una extensión desierta y silenciosa, como la que en infinidad de veces en el cine se han imaginado los escenarios donde aparecen las naves venidas de otros planetas. En Encuentros en la Tercera Fase, los científicos de Steven Spielberg buscan rastros de extraterrestres en los desiertos de Sonora y de Gobi. Y en el filme La Llegada, del director Denis Villeneuve, la protagonista es una experta en lingüística que se traslada hasta una planicie de Montana para intentar descifrar el lenguaje de las criaturas alienígenas. Fueron dos películas que vimos juntos y, aunque es un género que nunca le atrajo demasiado, ahora las contemplaba absorto como si al fin comprendiera el mensaje oculto de aquellos visitantes. Así imaginaba yo el espacio que ahora habitaba mi padre, a la expectativa de abandonar un planeta que ya le resultaba inhóspito."
DESEENME UN BUEN VIAJE de Gina Montaner
Memorias de una despedida
Ed. Planeta
DMD. Derecho a Morir Dignamente