Nunca he sabido calcular las distancias
y debe ser por eso
que siempre me acerco demasiado
al abismo de vivir.
Me acerco tanto
que la vida, de vez en cuando,
me chamusca las pestañas
y en ocasiones me hiela la palabra.
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No sé por qué escribo todavía.
Tantas palabras ¿para qué?.
Las más grandes hazañas
siempre las he hecho piel a piel,
sin palabras.
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Mi abuelo no salió de su pueblo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni iglesia
había.
En realidad no salió nunca de su molino.
Ya es casualidad que por aquel lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo eterno
movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta hacerlo
polvo.
BEGOÑA ABAD
y
AMOR