jueves, 24 de septiembre de 2015

Ailanthus altissima o Arbol del Cielo



 Pocos colegios de la capital palentina pueden presumir de tener en su patio de juegos un hermoso ailanto, especie arbórea que entre los malayos era considerada como el árbol de los dioses. Alguien tuvo la feliz idea de plantarlo apenas construido el colegio. Es por tanto centenario, al igual que este magnífico edificio perteneciente al Modernismo. Estoy refiriéndome al Colegio Modesto Lafuente construido por don Juan Agapito Revilla en 1897.Tiempo hubo en que en mi clase, alzada en fecha posterior sobre la que fuera panera municipal, luego albergue de transeúntes, ahora gimnasio, tenía amplios ventanales que permitían gozo a los ojos contemplando el ailanto. Luego otros ojos ambicionaron aquella belleza y la clase pasó a otra persona.

 No obstante, desde el patio puedo admirar el magnífico porte de un árbol que ha resistido heladas y sequías sin sufrir ninguna enfermedad. Su tronco rugoso parece de terciopelo al tacto, debido a las infinitas caricias y roces de los niños que juegan a su alrededor.

 Ahora se juega menos, ¿por qué?. Recuerdo el año 1979, en que llegué al colegio: cerca de 600 alumnos compartían patio y horario de recreo. La desaparición de unas canastas para el baloncesto, hace que el patio aparezca hoy desangelado y más frío. Como tampoco está permitido jugar con balones o pelotas, «antes, durante el recreo o después de horas de clase», debe pensarse que la salvación o integridad de los cristales, bien vale eso de hacer menos libre la alegría. Entonces junto al árbol y la pared cercana se jugaba a las tabas, al marro, al escondite, a garbancito o burro... y cada rincón del patio alimentaba juegos de cuerda en los que los pequeños aprendían de boca de los mayores -hermanos o no- canciones tradicionales, juegos para rifar, retahílas

 Así los adolescentes de 7º y 8º de la EGB de entonces compartían tiempo y experiencias con los de menos edad, algo que en la actualidad casi no ocurre. En los recreos escolares los niños son separados por edades, y en casa, posiblemente, tampoco, por culpa de la baja natalidad, el hijo único muchas veces. Por ejemplo, ese «yo primero, luego yo y siempre yo», que la sociedad del hedonismo y los derechos prima sobre los deberes y el sacrificio. Parece ser que es mejor poseer juguetes sofisticados y consolas programadas que entretienen sin necesitar compañía.

 Volviendo al árbol, recuerdo una anécdota ocurrida hace unos seis años. Ante la pregunta de un niño, «¿qué comen los pájaros en invierno?» decidimos entre todos hacer un «pastel» -miga de pan, tocino, semillas- que pusimos en unos vasos de plástico y «pretendí» colgarlos de una de las ramas para que los niños disfrutasen viendo llegar a los pájaros que habitan en los aleros del tejado que rodea el patio. Pero como «las cosas de la guerra están sujetas a continua mudanza» -que decía Don Quijote-, las de los «coles» -añado yo- lo están a la voz de quien manda, y así, me fue prohibido realizar tal experiencia educativa en tan inocente y familiar lugar. Menos mal que El Salón, frente al colegio, me brindó su generosidad en forma de tejo y en él los padres de los niños colgaron el «pastel».

 Me quedan pocos meses de trabajo para jubilarme. Mientras, cada día mis ojos alcanzan la altura del ailanto que acompañará como un buen amigo mis sueños y en ellos estarán, también, tantos compañeros -buenos compañeros- que fueron conmigo y, ¡como no!, los niños a quienes conocí y amé y que noche tras noche surgirán del fondo de la memoria prestándome sus nombres y sus voces. Su inocencia, sus ojos abiertos al asombro de todo lo nuevo, su ternura como un amanecer de mayo, receptivos al cariño y a la palabra.


 Ellos fueron y son, toda mi vida. Espero que los dioses del ailanto también los llenen de bendiciones.



                                             ARBOL COMPAÑERO.
                        Texto de Carmen Arroyo en Diario Palentino.es