miércoles, 19 de noviembre de 2014

El Agua



                      


 "Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo -persona, pueblo, época- es un órgano insustituible para la conquista de la verdad...Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituye la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada...La realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es esa que pretende ser la única".


                                                                          José Ortega y Gasset




                                           
De todos los elementos, el Sabio debe tomar al Agua como a su preceptora.
El Agua es dúctil pero a todos vence. El Agua apaga el Fuego, o ante la posibilidad de la derrota, escapa como vapor y asume una nueva forma.
El Agua arrastra a la Tierra Blanda, o, enfrentada a las rocas, busca un rodeo.
El Agua corroe al Hierro hasta que se desmorona como polvo; satura la atmósfera y así el Viento muere. 
El Agua cede ante los obstáculos con engañosa humildad, pues ningún poder puede evitar que siga el destino de su curso hasta el mar.
El Agua vence siendo dúctil; nunca ataca pero siempre gana la última batalla.

El Sabio que se transforma en Agua se distingue por su humildad, adopta la pasividad, actúa desde la no acción y conquista el mundo.

                                            

                                                                            Tao Cheg. Siglo XI d.C.




 El Agua es tan profunda como un río subterráneo, tan oscura y fértil como un útero, tan persistente como un mar de color verde jade. El Agua alcanza su plenitud durante las heladas invernales, cuando las plantas entierran su energía en las raíces, los animales engrosan la piel y los estanques se solidifican. El movimiento disminuye mientras la materia y la energía se concentran. (...) El Riñón mora en nuestro interior como el oso en su cueva, conteniendo el germen del ser que alimenta y renueva nuestra fuerza vital. El Agua es el extracto primitivo a partir del cual la forma se materializa como vida. Une el pasado y el futuro, la ascendencia y la descendencia, y es el origen de nuestra inteligencia heredada.


ARQUETIPO DEL AGUA. El Filósofo

 La revelación impulsa al Filósofo en su incansable búsqueda de la verdad. Ella trae la luz que está oculta, descubriendo un nuevo conocimiento, disipando el misterio, barriendo la ignorancia. Escudriñando la vida hasta que el sentido y el significado de sus impresiones se funden con el germen de la comprensión, es como un explorador de antaño con un olfato especial para las pepitas de oro, tamizando la grava de las ideas y las creencias, incansable en su esfuerzo por captar la naturaleza de la realidad. Igual que el minero tiene que excavar toneladas de mineral hasta desenterrar una simple pepita, la Filósofa busca tenazmente la verdad, que, como un diamante, es apreciada no sólo por su destello radiante, sino también por su dureza persistente como herramienta para hacer avanzar a la civilización. Hacen falta miles de años para que cristalice la esencia de los residuos minerales en esta piedra preciosa. El tiempo es el pico y la pala de la Filósofa, que exhuma los huesos de la cultura que perdura. La Filósofa anhela el significado que trasciende el tortuoso vagar sin rumbo de los asuntos humanos. 

 Al ofrecer su comprensión al mundo, se apoya en la esperanza de que el conocimiento se unirá a la sabiduría, el poder a la compasión, consciente de que el destino es la autoridad última. Capaz de vislumbrar lo que podría ser, es crítica por comparación con lo que es. Ella diferencia la disparidad inevitable entre la realidad aparente y la realidad elemental. Como guardiana de nuestros recuerdos y nuestros sueños, expresa nuestras aspiraciones, nuestros propósitos, pero no nos define el mecanismo necesario para que se realicen.


   ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA. Los cinco elementos en la medicina china.
                                     Harriet Beinfield y Efren Korngold.
                                               Ed. La liebre de marzo.